Gestión del enfado. Rabietas.

                                  

Jane Nelsen dice en sus libro sobre Disciplina Positiva: “la mayoría del tiempo los niños están actuando de acuerdo a su edad, no portándose mal”.

La mayoría de las veces, cargan con culpas que no les corresponden. Depende mucho del estado de ánimo del adulto.

Una rabieta es  una mala gestión emocional. Es enfado, es rabia, es frustración, es impotencia, es falta de comunicación. Al final se entra en una espiral, niño enfadado, padre o madre que pierde la paciencia. Resultado: padre y/o madre enfadado, niño enfadado.

Muchas rabietas pueden evitarse. Antes de que estalle el enfado, nosotros como adultos, debemos anticiparnos.

El adulto anticipa al niño de manera natural y tranquila de las consecuencias de sus actos. Le hacemos responsable de sus actos, manteniendo la calma, sin gritos, sin discutir, sin chantajes, sin hacer sentir mal al niño, sin culpar y sin echar en cara nada. Buscamos el diálogo, la palabra. Reconoce su emoción sin juzgar. Debemos permitir el enfado.

El adulto debe mantenerse firme en decir NO, argumentándolo siempre.

Los niños están constantemente probando sus propios límites, no nos están retando, ni nos toman el pelo. Quieren ver hasta dónde pueden llegar. Por ejemplo: “Me dijiste que no saltara en el sofá. Hoy lo hago y miro tu reacción. A lo mejor ahora no te importa que lo haga. Me río para que veas que mi voluntad es buena. “

Lo más importante a la hora de gestionar una rabieta es saber controlar y dominar tu enfado. Somos sus referentes a imitar, por eso debemos ser cuidadosos con la imagen que proyectamos. Los niños hacen lo que ven.

Ve a otra habitación, bebe un vaso de agua, respira. Cuando te sientas capaz, explícale lo que no te ha gustado. Si no lo haces, la acción se repetirá en el futuro. Delega en tu pareja (en el caso de que la tengas) si sientes que en ese momento no tienes fuerzas.